El centro Laya o punto cero, es aquél en que el ser
interior no puede ser relacionado con la materia física ni con ningún
hecho fenoménico, pues en ese estado, el ser no es ni Yo, ni No-Yo, sino
en verdad el origen único de todas las manifestaciones y modos de
existencia concebido como la liberación de Maya, tal y como se concibe en
las siguientes palabra: ‘Manas, muere en el Akasha para entrar en
Laya’...
El esoterismo define el concepto de Laya como el punto en el cual
comienza la escala de diferenciación, que a su vez se divide en siete
centros Laya, o siete “puntos cero”, llamados también los ‘Siete
Hijos de Vida’ en relación a los ‘Siete Rayos Constructores’ que
trasportan la energía viva a los universos. Así se dice que ‘Fohat
produce siete centros Laya para hacerles girar en perpetua sintonía
durante el Manvantara’.
Todo esto puede parecer metafísica pura –y de hecho lo es-, e
incluso podría hacer pensar en la total falta de utilidad de semejante
tipo de abstracciones... pero nos equivocaríamos. ¿No habremos olvidado
ya a nuestro simpático amigo Mr.
Keely de Filadelfia?:
<<No se
ha encontrado nunca el medio de producir un centro neutral, al proyectar
las máquinas hasta hoy construidas. Si se hubiese conseguido, habrían
tenido término las dificultades de los Investigadores del movimiento
continuo, y este problema habría llegado a ser un hecho establecido...
Todas las construcciones requieren cimientos de una resistencia
proporcionada al peso de la masa que deben soportar; pero los cimientos
del Universo se asientan en un punto vacío mucho más diminuto que una
molécula; en una palabra, y para expresar con exactitud esta
verdad, en
un punto inter-etérico, para cuya comprensión se necesita una mente
infinita. El investigar las profundidades de un centro etérico, es
exactamente lo mismo que buscar los confines del vasto espacio del éter
de los cielos, con la diferencia de que uno es el campo positivo, mientras
que el otro es el negativo. [Bloomfield-Moore;
Keely’s Secrets] >>
Tal vez fuesen estas leyendas romanas las que
hicieran al naturalista alemán Ernst Heinrich Haeckel en 1869 asociar el
nombre de Lemuria al desaparecido continente en su obra Pedigree of Man.
Al igual que acuñó otros términos como el de ecología, derivado
del griego oikos (hogar). Pero lo cierto es que un gran número de
autores del siglo XIX lo utilizaron también para definir a los seres que
según la ciencia esotérica constituyeron la Tercera Raza Raíz.
Cuando la Tercera Raza Raíz, o
raza
Lemuriana, se
materializó en la superficie de la Tierra, ésta era sexualmente activa,
a diferencia de las dos Razas Raíces anteriores que eran asexuadas.
Aunque, durante sus dos primeras Subrazas, estos individuos eran andróginos,
es decir, hermafroditas, poseyendo la dualidad sexual encarnada en un solo
cuerpo. De esta época procede, y es instaurado en la Tierra el símbolo
andrógino por excelencia, representado en la Esfinge (Sfigx). Símbolo que la humanidad actual conoce por la
impresionante figura de la Gran Esfinge de Gizeh, muy posterior a esta época,
pero detentadora de toda la poderosa simbología
lemuriana.
Aunque la Esfinge es mucho más que eso, representa a la Sabiduría Divina
encarnándose en la Tierra, y siendo forzada a probar el amargo fruto de
la experiencia personal, del dolor y el sufrimiento obtenidos en la
experiencia del tránsito por la materia terrestre. La Esfinge es en sí
el testigo imperecedero de la evolución de las Razas Humanas, al igual
que contiene el enigma de las Edades
Insondables.
Los
Lemures, según nos enseñan los conocimientos
arcanos, habían desarrollado una tecnología de transmutación nuclear
que aunque de origen Mercuriano, había sido pervertida con oscuros
conocimientos provenientes de la memoria originaria del antiguo planeta
Lunar. Esa tecnología, establecía el nivel de control energético en el
Cuarto Hijo de Fohat, o nivel de control de las vibraciones inter-atómicas,
cuyo circuito de doble espiral de interacción atómica ha quedado
reflejado en la memoria histórica terrestre con el símbolo del Caduceo
de Mercurio, el cual, representa al Elemento Eterno Único en la
Naturaleza, de cuya primera diferenciación brotan periódicamente las raíces
del Árbol de la
Vida.
En
tibetano, la palabra Lha significa
espíritu, o ser etérico asentado en
un lugar o ambiente; término genérico con una ambivalencia asombrosa,
pues tanto puede ser válido para un alma desencarnada (Sheu y Kinay),
como para seres feéricos (Pitâ o Pitris), e incluso seres
espiritualmente adelantados como adeptos y otras entidades que utilizan el
viaje astral, y que por tanto, pueden ser incluidos en su característica
de espíritus -también llamados ‘lohanes’-, cuando emplean
conscientemente dichas prácticas.
Los Lipika son aquellos seres excelsos que llevan el
registro de los acontecimientos que son escritos en la Luz Astral del
Akasha y manejan la balanza del Karma, dirigiendo cada uno de los cuatro
ejércitos de seres espirituales como los Grandes Reyes de los Devas. Y
son, así mismo representados como los cuatro Chaitanszodiacales o las cuatro Criaturas Vivientes.
Los Lipika han sido representados en todas las
religiones antiguas por poderosos dioses que actúan como escribientes y
son los agentes del Karma en la tierra. Así son representados como los
Gandarvas védicos o los Querubim, Seraphim y Auphanim judíos; pero
talvez la imagen más definida que se encuentra de ellos en nuestra
cultura occidental es la que nos narra La Biblia en la visión de
Ezequiel y sus Ruedas Flamígeras:
<< Y clamó en mis oídos con fuerte voz: ¡Acercaos
los que habéis de castigar la ciudad! Y llegaron seis hombres por el
camino de la puerta superior del lado del septentrión, cada uno con su
instrumento destructor en la mano. Había en medio de ellos un hombre
vestido de lino, que traía a la cintura un tintero de escriba, y,
entrados, fueron a ponerse junto al altar de bronce. La gloria del Dios de
Israel se alzó de sobre el querubín sobre el que estaba, hacia el umbral
de la casa, y, llamando al hombre vestido de lino que llevaba el tintero
de escriba, le dijo: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de
Jerusalén, y pon por señal una Tau en la frente de los que se
duelen de todas las abominaciones que en medio de ella se cometen. Y a los
otros les dijo:
Pasad en pos
de él por la ciudad y herid. No perdone vuestro ojo, ni tengáis compasión:
viejos, mancebos y doncellas, niños y mujeres, matad hasta exterminarlos,
pero no os lleguéis a ninguno de los que llevan la
Tau...
Mostróse entonces en los querubines una forma
de mano de hombre bajo sus alas. Miré y vi cuatro ruedas junto a los
querubines, una rueda al lado de uno y otra al lado de otro querubín. A
la vista parecían las ruedas como
de turquesa, y en cuanto a su forma, las cuatro eran iguales, como rueda
dentro de rueda. Cuando se
movían, iban a sus cuatro lados, y no se volvían atrás al
marchar. Todo el cuerpo de los querubines, dorso, manos y alas, y las
ruedas, estaban todo en derredor llenos de ojos, y los cuatro tenían cada
uno su rueda. A las ruedas, como yo lo oí, las llamaban torbellino. Cada
uno tenía cuatro aspectos: el primero, de toro; el segundo, de
hombre; el tercero, de león, y el cuarto, de águila. [La
Biblia; Ezequiel 9:10] >>
Los Lipika separan al mundo del Espíritu Puro del de
la Materia, aquellos que descienden y que ascienden, las Mónadasque encarnan en formas humanas y los hombres que persisten,
luchando por la purificación y ascendiendo… todos los cuales cruzarán
el círculo No-Se-Pasa en el día Se-Con-Nosotros.
El Logos Planetario es el Verbo del Pensamiento
Divino, el Hijo del Sol que contiene en sí mismo a las siete huestes
creadoras. Él es Oeaohoo, El Más Joven, representado en el signo de
siete vocales,la Nueva Vida
que se convierte en el germen de todas las cosas. El Tetragrámaton del
que se dice: ’Quien se baña en la luz de Oeaohoo, jamás será engañado
por el velo de Mâyâ’.
La Creación misma, es una obra del Logoi a través
de Mahat, la Mente Universal que se descubre a sí misma. En su primera
reflexión, Mahat asume su consciencia despertando del sueño de laya o
Noche Eterna, y en su despertar desde la noche al día recrea a los Suras,
los Seres Resplandecientes. Continuando con su creación, ella asume la
forma del Día y crea a los Dhyân
Chohans, dotados con la cualidad de la
bondad. Posteriormente crea a los Pitris, dotados con la cualidad de la
pasividad, pues pensaba en este punto, que él, el Logoi regente, era el
Padre del Mundo. Y por último a la caída de la tarde, en su última
forma, creó a los Hombres, dotados de la cualidad de la impureza, pues en
ellos la impureza o pasión predomina.
Podemos contemplar su profundo significado, a través
de las palabras de Trigueirinho Neto:
<<
Cualquier cuerpo celeste, en su esencia profunda e inmaterial, es un Logos,
así como el hombre es un espíritu o una mónada. Los Logoi se
desarrollan, y cada uno de ellos está en un grado evolutivo. La evolución
logoica representa el punto inmediatamente superior al de Avatar. La
evolución se va procesando por la fusión de panículas en núcleos cada
vez más amplios y por la ascensión a niveles de vibración más sutil.
Así, cuando siete mónadas se funden en el regente monádico, este
ingresa en el estado de Avatar, y uno de los caminos que puede tomar es el
de unirse a otros Avatares, alcanzando después el estado de Logos. Los
Logoi abarcan la evolución de innumerables esferas de consciencia. El
cuerpo de manifestación de un Logos que se expresa por intermedio de un
planeta, por ejemplo, incluye Entidades, Avatares, regentes monádicos, mónadas
y otras partículas de vida. El nivel inicial de evolución logoica es la
consciencia planetaria. En fases más avanzadas, accede a la estelar,
después a la galáctica y a otras más vastas. Un Logos es un punto de
convergencia de la luz inmaterial que nutre la existencia cósmica.
[José Trigueirinho Neto; Léxico
Esotérico] >>
Lucifer había sido el creador de los Diez Señores
del Ser, de los cuales, entre su descendencia se encontraba el Regente
Solar de este sistema, que a su vez creó a los siete Manus, o
Consciencias Planetarias.
Ialdabaoth, o Lucifer, como se le conoce en la mitología terrestre, fue
perteneciente a la primera creación, junto con la mayoría de sus “Ángeles
Caídos”, siendo Ialdabaoth creado el primero, como el más sabio y el más
hermoso de los Suras, los primeros dioses creadores que forman la primera
emanación o creación primaria desde las Tinieblas a la Vida Manifestada.
Ialdabaoth, la Estrella Resplandeciente e Hija de la
Mañana, es anterior
a los propios Dhyân Chohans, o Regentes evolutivos del Tiempo y del
Espacio, y también anterior a los Pitris, o hijos de Pitâ, el Padre, y
creadores colectivos del Mundo y de los Hombres.
Desgraciadamente, en el momento de la “Gran Maldición” o la “Gran
Sombra”, como la conocemos actualmente, la Tierra como cuarto planeta
del sistema, tenía una coligación fundamental con el séptimo de éste
sistema planetario que era Saturno, pues como es conocido, los miembros Séptimo
y Cuarto de una cadena Septenaria de Mundos mantienen una unión y sintonía
especial dentro del conjunto de relaciones globales.
Pero la Luz y la Sombra son sólo las dos caras del mismo ser, como siglos
más tarde describirían los cabalistas en la mítica figura de
Baphomet:
‘Binario verbum vitae morten et vitam equilibrans’.
Baphomet es el lado oscuro de la Faz Divina, el guardián de las llaves
del templo, el Dios negro que la tradición muestra con la barba y los
cuernos del macho cabrío. Él es también un ser de dos caras y por eso,
ni siquiera el propio Baphomet puede impedir que detrás de su rostro se
oculte la figura jeroglífica de Dios, pues: ‘Demon est Deus Inversus’.
Las Fuerzas Creadoras como entidades vivientes y conscientes, no confundirán
nunca la Causa con el Efecto, ni admitirán al Espíritu de la Tierra, Jehovah, como Parabrahman o el eterno
Ain Suph. Pues conocen que el gran
Alma de la Luz Astral es de naturaleza divina, pero su cuerpo es infernal.
Él, como representante de la Luz Astral, es mostrado, tal y como aparece
en el Zohar, en el símbolo de la Cabeza Mágica, la Doble Cara sobre la
Doble Pirámide, el emblema que evidencia a la Pirámide Negra levantándose
frente a un campo blanco, con una cabeza que muestra su cara blanca sobre
el negro triángulo, reflejo, éste último de la Pirámide Blanca
invertida, de la cual, la negra es sólo su imagen, y es ésta, a su vez,
la que se muestra descubriendo la reflexión negra de la cara blanca sobre
las oscuras aguas.
La respuesta al gran interrogante que esconde
la
figura de Lucifer nos la ofrece de nuevo Eliphas Lévi:
<< ¿Qué es, pues, el diablo en último análisis?
El diablo es Dios haciendo el mal. Definición tan rigurosa como
revolucionaria, porque afirma lo imposible. Digamos mejor: el diablo es la
negación de lo que Dios afirma. Ahora, bien Dios afirma el ser, el diablo
afirma la nada. Pero la nada no puede ni afirmar; de ser afirmada, puesto
que no es nada más que una negación; de suerte, que si la definición última
de Dios, según la Biblia, es ésta: "El que es", la definición
del diablo debe ser necesariamente: "El que no es".
Hemos dicho bastante contra el ídolo negro, contra
el falso dios de los persas y de los maniqueos, contra el Satán colosal y
casi omnipotente con que aún sueña la superstición. Queda por examinar
el Satán Jefe de los
Egrégores, el ángel caído que guarda un resto de
libertad, puesto que su juicio definitivo aún no se ha pronunciado, y que
se aprovecha de ello para arrastrar a los débiles, como si esperara
aminorar su pecado por el número de sus cómplices.
No encontramos nada en el Génesis ni en toda la
Biblia que haga alusión a un pecado y a una caída de los ángeles; es
preciso, para encontrar huellas de ello, recurrir, al libro apócrifo de
Hénoch.
Este libro, evidentemente anterior a la época cristiana, puesto que es
citado por el apóstol San Judas, era de gran autoridad entre los primeros
cristianos.
Pero el libro de Hénoch nos cuenta que existían
Egrégores,
es decir, genios que no duermen jamás, jefes de multitudes, y que veinte
de estos genios se separaron de su principio para dejarse caer.
He ahí el obscurecimiento de la verdad en el mundo.
Los números se separan de la unidad original y final. Las letras de luz
se convierten en letras de sombra... [Éliphas
Lévi; El Libro de los
Esplendores]>>